Un experto en administración del tiempo pidió una vez a un grupo de
seminaristas que pensasen rápidamente en una lista de cosas que pudiesen
hacer en una hora. Entre las numerosas respuestas escritas en el
pizarrón se encontraron las siguientes:
Pasear al perro.
Cortar el césped.
Tener una amena conversación con mi cónyuge.
Visitar un amigo de edad avanzada o que se encuentre enfermo.
Descifrar un sueño.
Trotar por el parque.
Jugar a la pelota con mi hijo.
Escribir una carta largamente pospuesta.
Pagar las cuentas del mes.
Escuchar un CD completo.
Limpiar la pecera.
Jugar un encuentro de tenis.
El grupo se rió de algunas ideas y quedó serio ante otras. Al final
de la sesión de dos minutos, habían hecho una lista de más de cien
sugeridas. Cuando ele experto en administración le pidió que señalasen
la actividad que tuviese el mayor efecto a largo plazo, el grupo pensó
durante un rato. Por inmensa mayoría, eligieron la idea que pudo ser
explicada con una sola palabra: ORAR
No es tan importante cuántas horas dio,
sino qué le dio a las horas.
Colosenses 3:23
Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres.
